Tengo este blog, Bara y el cine de los viernes, un poco en pausa. Quizás porque los viernes de cine sagrado han mutado en noches de sofá y plataformas. Es el signo de los tiempos: Sirat, la gran apuesta de nuestro cine, se me escapó en las salas y he acabado viéndola en Movistar Plus+ este septiembre.
Es candidata por España a los premios Oscar. Entre otros premios, Sirat ha sido galardonada con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2025 y nominada a los Globos de Oro.
La película tiene fuerza, tiene atmósfera y te mancha de polvo del desierto. Pero verla en casa, con esa distancia crítica que da el sofá de casa, hace que sus defectos se vean con lupa.
Como nos tiene acostumbrados Oliver Laxe con el reparto, recurre al casting de calle (street-casting). Quienes integran la rave no son actores profesionales. Se nota, y mucho. Por un lado, funciona: no están caracterizados, son así, no hay disfraz. Pero por otro, esa falta de oficio se hace evidente y a veces lastra el ritmo.
Y luego está Sergi López, que interpreta a Luís, un padre buscando a su hija por las raves de Marruecos, acompañado por su hijo Esteban. Es un titán, pero aquí he tenido problemas con él. Por momentos lo sentía perdido, no sé si por culpa de un guion que lo deja a la deriva o porque él mismo no acababa de encontrar el tono. Además, hay escenas donde la vocalización falla; cuesta entenderle, y eso te saca de la inmersión.
Pero lo que más frustración me genera es cómo la película gestiona sus impactos. A lo largo del metraje recibimos tres golpes secos, tres momentos duros. Sin entrar en spoilers, diré que en uno de ellos —quizás el más decisivo— sentí que todo pasaba demasiado rápido. Me faltó poso, me faltó trabajo con Sergi López en ese instante. Ese dolor necesitaba tiempo, necesitaba respirar, pero la película corre, como si tuviera prisa por volver al trance de la música.
Aun así, con sus actores sin filtro y sus prisas emocionales, Sirat es una experiencia que merece la pena. Ojalá Hollywood se fije en su valentía y perdone sus tropiezos, porque esa autenticidad es su mayor valor.














































